Reglas para uno, reglas para todos
Ningún manual de
estilo es eterno. Como las experiencias buenas y malas de la vida, toda norma,
por más larga o duradera que parezca, debe terminar. No termina, sin embargo,
la huella que deja en aquellos a quienes somete. Y existen, ciertamente,
sometimientos que solo son en nuestro beneficio: el escudo del amor materno que
nos cubre desde la gestación; el cariño amistoso que nos aprieta en el abrazo;
las reprimendas del maestro frente al incumplimiento; la norma idiomática que
nos une los unos a los otros, en pos de la comprensión y la armonía. ¡Hay
cadenas que, apretando, nos liberan! En estos momentos en que las libertades
individuales han alcanzado su cénit, no debemos permitir que la consumación de la
individualidad oculte la importancia de lo colectivo, de lo unido, de lo
que necesariamente debe hacerse en conjunto y para todos.
Quizá sea eso lo más valioso que me
llevo del tiempo del salón de clases este semestre. Es cierto que reforcé mis saberes
sobre citación y que, reconociendo que la escritura y su pulimenta se
consolidan en un constante ‘ir y volver’, jamás sobra reevaluar lo que se tiene
en la cabeza, practicar ejercicios escriturales semanales y aprender cosas
nuevas —desconocía, por ejemplo, que nuestra clase tuvo lugar en el segundo
semestre de 2019, no del 2019—. Pero aquello en lo que quiero
enfatizar es en esa doble noción de lo colectivo. Primero, la idea de que todos
juntos aprehendemos e interiorizamos las leyes gramaticales, los conocimientos
de la apa, las lecciones sobre
plagio; ¿de qué sirve comprender las reglas si no consideramos al otro que se
sienta a nuestro lado y que, con nosotros, debe aplicarlas?
Segundo, que es, sin lugar a duda,
la construcción de comunidad aquello que posibilita el aprendizaje pleno de las
normas. Creo que es tan importante saber que los siglos se escriben en
versalita (cosa que ignoran la mayoría de habitantes del xxi) como que María José quedó de
segunda en el Kahoot sobre cómo referenciar; que poseer la habilidad de
parafrasear y citar es tan esencial como recordar las figuras e ilustraciones
esmeradas de María Camila en sus bitácoras; que entender que los títulos de un
escrito en normas apa solo pueden
tener 12 palabras jamás será más valioso que el disfrute de las videobitácoras
sarcásticas o los memes de Camila. De nada sirve aprender a escribir, o a referenciar
o a detectar un plagio, si no se aprende a escribir acompañado de los demás:
toda producción intelectual es fecunda solo cuando se multiplica en los demás.
Por mi parte hallé un lugar
acomodaticio y cálido entre todos mis compañeros. Quisiera pensar que la mayoría
me quieren como yo llegué a quererlos a ellos —debo admitir que se trató de una
clase más bien extraña en la que en vez de miradas recelosas o malos entendidos
me organizan un comité auspiciador de mi campaña presidencial (“EmilioPresident”)—.
Quisiera pensar que con el conocimiento que ya traía de las reglas pude ayudar
y contribuir no solo a la sapiencia eventual de las mismas, sino al forjamiento
de lazos estrechos de camaradería y de amistad. Deseo de corazón que todos,
incluyéndome, valoremos la pulcritud y la precisión a la hora de escribir: esto
no por nosotros, para ufanarnos de cuán galano o bello redactamos, sino para
que entre todos nos entendamos bien.
A lo largo del curso, quise
transmitir (y espero haberlo hecho) ese amor por el lenguaje, que, suscribiendo
a José Martí, debe repercutir en una política cordial del comportamiento y del
trato con los otros. No queda bien que una persona que pretende escribir pulido
se conduzca de una forma obstinada o grosera. Siempre intenté escribir lo que
mejor pudiera mis bitácoras (ciertamente, las guardo sobre todo como
refrescamiento y entrenamiento del acto de escritura); siempre intenté
participar, ya fuera en los juegos virtuales o en las intervenciones durante la
clase; siempre intenté dialogar y conocer mejor a mis compañeros y al profesor.
Agradezco profundamente el cariño y el aprecio por lo que haya podido ser yo.
A
todos ellos, mil gracias: a J. Sebastián, a J. Miguel, a M. Daniela, a Lina, a
Lucas, a las Camilas, a las Valentinas, a Mateo, a M. José, a Stephanie… Siempre
el recuerdo de las normas me llevará al recuerdo de los otros. Nunca una regla
se construye sola ni para una persona; nunca una letra se tilda sin considerar
a las letras circundantes; jamás utilizamos una coma sin pensar en lo que viene
antes y en lo que viene después. Es lo que viene después lo que nos anima.
Ojalá nadie olvide y todos sigamos escribiendo.
Nota
de autoevaluación: 5.0.
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