La
siguiente interrogante puede suscitarla el interés de aquellos que se dedican a
la escritura y al pulimento eventual de la misma, con base en distintos conjuntos
de reglas y normas de estilo: ¿pertenecerán los procesos mentales vinculados con
la buena escritura al pensamiento lento o al pensamiento rápido? Es importante
considerar muchas variables, como que solemos escribir todos los días, y que
todos los días estamos expuestos a errores y a aciertos ortotipográficos, consciente
e inconscientemente. Y que hemos escuchado las reglas del buen uso del español
indefinida cantidad de veces, con niveles variables de adhesión y permanencia
de las mismas dentro de nuestros cerebelos. O que existen oficios en los que la
escritura es importantísima, al igual que cultivarla; mientras que en otros tienen
primacía ejecuciones más materiales o pertenecientes a otros ámbitos del
intelecto humano. En todo caso, creemos que existen argumentos para defender
ambas posturas.
Miles y miles son, por un lado,
quienes consideran que la escritura buena solo se alcanza a partir de un
esfuerzo sobrehumano, de la obediencia y la asunción de tiempos prolongados de
espera y cavilación. Es decir que se trataría de una labor casi exclusiva de los
poetas, de los lexicólogos, de los lingüistas y de otros oficiantes, un grupo
de “iniciados”, del lenguaje. Sobre todo: no de la gente del común, que habla y
se expresa por escrito a velocidades estrepitosas. De ahí que la buena ortografía
formara parte de ese proceso lento del pensamiento. Sin embargo, lo anterior
implicaría también una pereza que parecería aislar y abstraer del mundo a
quienes consideran la escritura y le dedican su tiempo; el libre despliegue de
la mente para escribir y corregir un texto, como si no existieran los deadlines
o las restricciones en las condiciones materiales de la existencia (p. ej.
el pago de la quincena, etc.), supondría, entonces, una economización no acorde
a nuestro mundo real.
Por otro lado, un sector mayoritario
de la población suscribe a la preferencia de las escrituras breves, concisas y
sin mayor detenimiento. Priman incontestablemente los ‘xq’, los ‘lol’, los ‘grax’
y los ‘ola k ase’; abundan no solo los errores ortográficos sino los táctiles/tipográficos
—en toda honestidad, no parece haberle hecho ningún servicio a la humanidad el
que los teclados ya no tengan teclas per se o que la b y la v,
en una “maléfica conspiración” que ha incitado todo tipo de reacciones (Calvo
Martínez, 2015), aparezcan juntas en nuestro QWERTY ordinario—. Lo anterior
inscribiría a la escritura en el pensamiento rápido, haría de ella casi que una
reacción gutural y sentimental, asociada a los humores y a los afectos, que no
obedece reglas y que se cierne a la espontaneidad más feroz —como cuando
alguien dice: “Le puse coma porque sentí que estaba bien”—. Esta
escritura estaría sometida a la inconsciencia y a la trampa, a la imposibilidad
del refinamiento.
A la luz (o a pesar de) de todo lo
anterior, corroboramos, entonces, aquello postulado por Kahneman (como se citó
en Bolsa para principiantes, 2016) y es que quizá la escritura, como la mayoría
de los procesos humanos, participe tanto del pensamiento rápido como del
pensamiento lento. Quizá la pregunta inicial de este texto deba ser planteada
diferentemente, y el objetivo de la misma, encaminado hacia otra dirección. La
importancia de escribir bien no residiría en cuánto demoramos en hacerlo o no,
en qué tan consciente o inconsciente es nuestro proceso, sino más bien en la
existencia de dificultades y retos a los que están supeditadas todas las
acciones humanas que implican el raciocinio. En otras palabras: en vez de catalogar
epistemológicamente el escribir bien, es necesario determinar los desafíos a
los que esta práctica se enfrenta para su consumación y también para su
eventual desarrollo amplio y propagación.
El primero de estos obstáculos sería
la sobrevaloración de la información disponible y la distorsión subjetiva de
nuestra percepción (Kahneman). ¿Cuántos de nosotros no creemos que hemos puesto
bien una coma solo porque estamos seguros de haberlo hecho bien antes? ¿O no creemos
que algo ‘nos suena’ bien escrito porque ‘recordamos’ que alguien más lo
escribió así o porque sabemos, estamos cien por ciento seguros, de que así es? La
individualidad y el egoísmo no sirven para quienes buscan escribir y comunicar
a través de las palabras, cualesquiera sean sus intenciones, puesto que la
existencia de reglas colectivas y estándares de comprensión panhispánicos nos
ata, nos obliga contractualmente, a obedecer ciertos formalismos y cohibiciones
gramaticales. Que el pero no lleve coma cuando va sucedido por una
pregunta no es una cuestión de gusto; que el pero devenga obsoleto
cuando está acompañado por el sin embargo no es capricho: así debemos actuar.
La segunda oposición a la buena
escritura sería el efecto de anclaje que afecta nuestras decisiones (Kahneman).
No porque se trate de un autor de talla reconocida o porque un profesor posea
una ortografía impoluta quiere decir que sus textos no tengan correcciones para
hacerles; esta primera información, esta primera manera de escribir, que se nos
ofrece parece imponerse sobre nosotros. De igual manera, algunas reglas
ortográficas mañosas y tergiversadas que algunos maestros se inventan son
nocivas; no todo lo que está escrito en un libro es necesariamente cierto. A
propósito de estos ‘sabelotodos’, hallamos aquí la tercera lid de la buena
escritura: las falsas predicciones de los expertos. Ninguna persona, por más devota
de la regla que sea, puede controlar a priori la ortografía y la
gramática de un texto; es decir, no puede alguien proferir que un texto solo
debe tener tanta cantidad de comas o de puntos seguidos sin conocer el texto
antes. Cada texto demanda lo que es justo para sí.
De
todo lo anterior concluimos que la buena escritura es como el buen pensamiento,
que es, a su vez, como un buen auto mecánico: debe ir a la velocidad que le
corresponde (a veces rápido, a veces lento), y sus cambios deben ser
medidos y calculados con la gran palanca. Es necesario que las personas reconozcan
los contextos en los que se mueven y sepan atribuirle el tiempo necesario a la
corrección de sus textos y a la asimilación de todos sus posibles sentidos.
Sobre todo, hay que apercibirse de los impedimentos y las trabas de nuestra
condición de sujetos, de aquello personal y memorioso a lo que debemos renunciar
intransigentemente, para recibir con los brazos abiertos la naturaleza comunitaria
y participativa de la escritura consecuente con las reglas a fin de ser
comprendida. Y es la comprensión, en últimas, el objetivo último de toda
empresa.
Referencias
Bolsa para principiantes. (2016). Pensar rápido,
pensar despacio | Daniel Kahneman. Obtenido de YouTube:
https://www.youtube.com/watch?v=KyKc4Gzzbrg
Calvo Martínez, J. A. (9 de marzo de 2015). La ‘b’ y la
‘v’ juntas en el teclado, ¿a quién se le ocurrió? Obtenido de Cincobras:
https://cincodias.elpais.com/cincodias/2015/03/09/pyme/1425905126_066927.html
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