Bitácora - Semana 9

La siguiente interrogante puede suscitarla el interés de aquellos que se dedican a la escritura y al pulimento eventual de la misma, con base en distintos conjuntos de reglas y normas de estilo: ¿pertenecerán los procesos mentales vinculados con la buena escritura al pensamiento lento o al pensamiento rápido? Es importante considerar muchas variables, como que solemos escribir todos los días, y que todos los días estamos expuestos a errores y a aciertos ortotipográficos, consciente e inconscientemente. Y que hemos escuchado las reglas del buen uso del español indefinida cantidad de veces, con niveles variables de adhesión y permanencia de las mismas dentro de nuestros cerebelos. O que existen oficios en los que la escritura es importantísima, al igual que cultivarla; mientras que en otros tienen primacía ejecuciones más materiales o pertenecientes a otros ámbitos del intelecto humano. En todo caso, creemos que existen argumentos para defender ambas posturas.
            Miles y miles son, por un lado, quienes consideran que la escritura buena solo se alcanza a partir de un esfuerzo sobrehumano, de la obediencia y la asunción de tiempos prolongados de espera y cavilación. Es decir que se trataría de una labor casi exclusiva de los poetas, de los lexicólogos, de los lingüistas y de otros oficiantes, un grupo de “iniciados”, del lenguaje. Sobre todo: no de la gente del común, que habla y se expresa por escrito a velocidades estrepitosas. De ahí que la buena ortografía formara parte de ese proceso lento del pensamiento. Sin embargo, lo anterior implicaría también una pereza que parecería aislar y abstraer del mundo a quienes consideran la escritura y le dedican su tiempo; el libre despliegue de la mente para escribir y corregir un texto, como si no existieran los deadlines o las restricciones en las condiciones materiales de la existencia (p. ej. el pago de la quincena, etc.), supondría, entonces, una economización no acorde a nuestro mundo real.
            Por otro lado, un sector mayoritario de la población suscribe a la preferencia de las escrituras breves, concisas y sin mayor detenimiento. Priman incontestablemente los ‘xq’, los ‘lol’, los ‘grax’ y los ‘ola k ase’; abundan no solo los errores ortográficos sino los táctiles/tipográficos —en toda honestidad, no parece haberle hecho ningún servicio a la humanidad el que los teclados ya no tengan teclas per se o que la b y la v, en una “maléfica conspiración” que ha incitado todo tipo de reacciones (Calvo Martínez, 2015), aparezcan juntas en nuestro QWERTY ordinario—. Lo anterior inscribiría a la escritura en el pensamiento rápido, haría de ella casi que una reacción gutural y sentimental, asociada a los humores y a los afectos, que no obedece reglas y que se cierne a la espontaneidad más feroz —como cuando alguien dice: “Le puse coma porque sentí que estaba bien”—. Esta escritura estaría sometida a la inconsciencia y a la trampa, a la imposibilidad del refinamiento.
            A la luz (o a pesar de) de todo lo anterior, corroboramos, entonces, aquello postulado por Kahneman (como se citó en Bolsa para principiantes, 2016) y es que quizá la escritura, como la mayoría de los procesos humanos, participe tanto del pensamiento rápido como del pensamiento lento. Quizá la pregunta inicial de este texto deba ser planteada diferentemente, y el objetivo de la misma, encaminado hacia otra dirección. La importancia de escribir bien no residiría en cuánto demoramos en hacerlo o no, en qué tan consciente o inconsciente es nuestro proceso, sino más bien en la existencia de dificultades y retos a los que están supeditadas todas las acciones humanas que implican el raciocinio. En otras palabras: en vez de catalogar epistemológicamente el escribir bien, es necesario determinar los desafíos a los que esta práctica se enfrenta para su consumación y también para su eventual desarrollo amplio y propagación.
            El primero de estos obstáculos sería la sobrevaloración de la información disponible y la distorsión subjetiva de nuestra percepción (Kahneman). ¿Cuántos de nosotros no creemos que hemos puesto bien una coma solo porque estamos seguros de haberlo hecho bien antes? ¿O no creemos que algo ‘nos suena’ bien escrito porque ‘recordamos’ que alguien más lo escribió así o porque sabemos, estamos cien por ciento seguros, de que así es? La individualidad y el egoísmo no sirven para quienes buscan escribir y comunicar a través de las palabras, cualesquiera sean sus intenciones, puesto que la existencia de reglas colectivas y estándares de comprensión panhispánicos nos ata, nos obliga contractualmente, a obedecer ciertos formalismos y cohibiciones gramaticales. Que el pero no lleve coma cuando va sucedido por una pregunta no es una cuestión de gusto; que el pero devenga obsoleto cuando está acompañado por el sin embargo no es capricho: así debemos actuar.
            La segunda oposición a la buena escritura sería el efecto de anclaje que afecta nuestras decisiones (Kahneman). No porque se trate de un autor de talla reconocida o porque un profesor posea una ortografía impoluta quiere decir que sus textos no tengan correcciones para hacerles; esta primera información, esta primera manera de escribir, que se nos ofrece parece imponerse sobre nosotros. De igual manera, algunas reglas ortográficas mañosas y tergiversadas que algunos maestros se inventan son nocivas; no todo lo que está escrito en un libro es necesariamente cierto. A propósito de estos ‘sabelotodos’, hallamos aquí la tercera lid de la buena escritura: las falsas predicciones de los expertos. Ninguna persona, por más devota de la regla que sea, puede controlar a priori la ortografía y la gramática de un texto; es decir, no puede alguien proferir que un texto solo debe tener tanta cantidad de comas o de puntos seguidos sin conocer el texto antes. Cada texto demanda lo que es justo para sí.
De todo lo anterior concluimos que la buena escritura es como el buen pensamiento, que es, a su vez, como un buen auto mecánico: debe ir a la velocidad que le corresponde (a veces rápido, a veces lento), y sus cambios deben ser medidos y calculados con la gran palanca. Es necesario que las personas reconozcan los contextos en los que se mueven y sepan atribuirle el tiempo necesario a la corrección de sus textos y a la asimilación de todos sus posibles sentidos. Sobre todo, hay que apercibirse de los impedimentos y las trabas de nuestra condición de sujetos, de aquello personal y memorioso a lo que debemos renunciar intransigentemente, para recibir con los brazos abiertos la naturaleza comunitaria y participativa de la escritura consecuente con las reglas a fin de ser comprendida. Y es la comprensión, en últimas, el objetivo último de toda empresa.

Referencias
Bolsa para principiantes. (2016). Pensar rápido, pensar despacio | Daniel Kahneman. Obtenido de YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=KyKc4Gzzbrg

Calvo Martínez, J. A. (9 de marzo de 2015). La ‘b’ y la ‘v’ juntas en el teclado, ¿a quién se le ocurrió? Obtenido de Cincobras: https://cincodias.elpais.com/cincodias/2015/03/09/pyme/1425905126_066927.html

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