Bitácora - Semana 5

No erraríamos si consideráramos a un texto como una suerte de tela o tejido que cortamos y pulimos para hacer el vestido indicado, para la ocasión correcta. Es decir: si se trata de un baile extravagante, requeriremos de unos leotardos muy flexibles; para una velada romántica precisaremos, a lo mejor, de un vestido o de un esmoquin de talle clásico. Y es con esta imagen, precisamente, que quisiéramos introducir las normas APA (American Psychological Association): ellas nos ofrecen la posibilidad de ajustar y estandarizar —entendamos, en nuestra imagen, de embellecer y de acicalar— nuestros escritos a propósito de la función que queramos que cumplan y de la naturaleza que ellos mismos ostentan —dependiendo del tipo de tela y de la ocasión: confección integral y motivada de nuestro atavío—. Y es que no podemos banalizar o trivializar el impacto y la necesidad de estas normas; estas son algo más que simples requisitos que un profesor, afanado por la homogenización de la escritura o por la reglamentación excesiva de los textos, pide a sus estudiantes.
En la unidad de la norma, hallaremos la mutua comprensión; en su tipificación, la participación y cooperación colectivas no solo de estudiantes y profesores del mundo colegial, sino también del ser humano en general. Esto para nosotros los comunicadores sociales (o, en nuestro caso particular, para los literatos) es algo ineludible; sobre todo teniendo en cuenta la realidad del ámbito académico de nuestros días: “la comunidad científica, predominantemente de las ciencias sociales: Educación, Pedagogía y Didáctica, Psicología, Lingüística, Psicolingüística, Sociología, entre otras, ha mostrado un mayor interés por conocer y aplicar las normas que propone [… la] Asociación de Psicología de Estados Unidos de América” (Marín, Morales, & Rincón, 2003, p. 344). En este orden de ideas, la hechura de nuestro vestido de tela cobra otra dimensión: ya no solo necesitaremos hacer el traje adecuado para vernos bien en la fiesta, sino que sin vestido no habrá ni fiesta, ni baile ni nada. Al mundo académico ya le son inherentes este tipo de reglas.
A propósito de las reglas: si bien el manual siempre estará a nuestra disposición, en su totalidad y en su inmensidad, no podemos olvidar que los manuales tienen, per se, una condición de inasibilidad e inaccesibilidad, un metalenguaje que parece pertenecer exclusivamente a los teóricos y académicos puristas. ¿No sería, pues, pertinente aprenderse de memoria al menos lo esencial (aquellas reglas que nos permitan trabajar independientemente, de vez en vez, sin necesidad de acudir al libro, como para aquellos pequeños trabajos de bricolage)? ¿Poder coser una prenda, por más harapienta y sencilla, un basic outfit multipropósito? Consideramos que en paralelo al manual debe existir un conocimiento menmótecnico colectivo entre aquellos que escriben: un mínimo común denominador de conocimientos de las normas APA al alcance de nuestra mano. De ahí que de alguna manera podemos identificar una serie de reglas esenciales del manual, de necesaria memorización —esto, sobre todo, porque no toda memorización es negativa—.
Como los botones, los hilos y las agujas —sin duda los utensilios más básicos para la confección—, hay unas estipulaciones básicas. Subrayamos, por un lado, las siguientes: un título debe estar centrado y debe tener máximo doce palabras (a modo de oración) y no puede tener abreviaturas; el nombre del autor y sus apellidos no pueden variar de un documento a otro, y deben evitarse los títulos honoríficos o profesionales; una nota de autor aclara los posibles conflictos de intereses de quien escribe y da cuenta tanto de los agradecimientos y las becas/apoyos financieros como de los datos de contacto del autor… Por otro lado, podemos reconocer algunas otras características: un resumen es el párrafo más importante del texto y tiene entre 150 y 250 palabras (además de que siempre va acompañado de 5 a 7 palabras claves); la introducción es el planteamiento del problema y no lleva encabezado; el método, los resultados, los comentarios, los experimentos múltiples y el metaanálisis se suceden para culminar, tras una cronología elemental estricta, con las referencias.
Un conocimiento primordial de todo lo anterior nos supone el molde o contorno de nuestra pieza de tela, aquello que vamos a cortar. No obstante, debemos conocer cómo los hilos se entrecruzan y forman el vestido. Teniendo en cuenta que el manual de estilo de la APA no solo suscribe a un sistema de medición de la distribución académica y de reconocimiento de los pares cimentado en las citaciones textuales, se hace más que imperioso comprender, a cabalidad, las maneras de referirnos a los trabajos de los demás —no solo documentales-textuales, sino incluso a las películas, canciones, obras de arte pictórico o plástico…—. De ahí que entendamos que existen citas directas cortas, citas directas largas, citas parafraseadas específicas, citas parafraseadas generales y citas de citas; pudiendo cada una de ellas tener un énfasis que hace el citador: en el autor, en el contenido o en la fecha de publicación original del trabajo citado. Conocer las citas no solo es conocer la unidad estructural de las normas APA —los hilos— y aplicarlas de memoria, sino que implica una disciplina y una rigurosidad muy estrictas.
Y es esa, precisamente, la reflexión que quisiéramos dejar aquí consignada. Para hacer un traje no solo se necesita conocer las instrucciones o la habilidad de coser, es necesario también algo de memoria —al menos de lo básico: algo básico que nos permita reaccionar en casos de emergencia o en momentos de urgencia— y mucha seriedad y respeto transversal (es decir, tanto por los vestidos como por quienes han hecho vestidos antes que nosotros). El manejo y sapiencia de las normas APA funciona de manera similar: de nada sirve “saber escribir”, poseer el (controvertible) don de la buena escritura, ni tener a nuestra diestra el siniestro manual de las reglas, el “tocho” último de las millares de páginas; es necesario conocer de memoria ciertos trucos o estrategias, ciertos elementos primigenios, y establecer un método escrupuloso y detallista que nazca de la admiración, o al menos del temor, por las normas APA. El objetivo último es quererlas como al vestido que se quiere: disponer de ellas y que estén a nuestra talla, para manejarlas cómodamente.

Referencias

Marín, E., Morales, O., & Rincón, A. (octubre-diciembre de 2003). El manual de publicación "APA" al alcance de todos. EDUCERE(23), 343-352.

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